Reposas tu cabeza, indolente,
en los paramos desheredados
en los que no caera tu sangre.
Ni tu agonia. Ni tu remembranza.
Pero que existe, entre dunas
todavia ardientes de escarcha,
que se declinan intuitivas,
que se desgarran en el sello
imperecedero de la esperanza.
Sera tu sudor el que consciente
arranque de los avidos frutos
su alma subrepticia y empecinada.
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