martes, 18 de marzo de 2008

Aparta los bostezos
precarios de mi alma;
la sorda pereza
que arremete empecinada.
Deja que mi lápiz dude;
deja que mi pluma sangre.

Yo también te miro

Todos te miran y no ven más
que tu rostro,
tu cuerpo,
tu indumentaria...
Yo también te miro y no veo más
que tu rostro,
tu cuerpo,
tu indumentaria...
Dime de que sirve el vacío
inmutable de las estatuas
tan obligadamente calladas
en su desdén hacia el tiempo.
De que le sire su indolencia
ante tan escatológicas aves.
De qué su mirada inerte
fraguada entre póstumos
e intangibles aniversarios.
Deja por fin, que a la postre,
se corrompa mi cuerpo,
y mi alma quede muerta.

Te desecho a ti; voz ausente de estatería.

¡Aborrezco tus andamios
elevados al mecenazgo!
Y tu quehacer literario
sometido a las estanterias
estancas de los despachos.
Desecho tus contornos,
siempre con pespuntes
subitamente reconvenidos,
la prevenida embriaguez
de tu socorrida esencia.

A ti, lúdica y pura

Aparta las sprtijas enmarañadas de tu cuerpo,
las redes que engarzan tus desaires y las norias
que gritan anochecidas al devenir postrero.
Aparta todos los ciclos etéreos del tiempo,
los señuelos pasivamente enclaustrados
abiertos por los precipitados escarmientos.

Yo no quiero más que el fervor de tu pecho,
tus noches y tus claros, la parsimnonia
de tus gestos y tu saliva fermentada.

Tan solo nos quiero a los dos, herméticos,
cobijados en nuestra desenvoltura, aislados
en la franqueza de no querernos demasiado.
Cuando el hombre se come al hombre
se derrumba la constancia de los ardores,
todo vertiente de un afán lapidario,
los principios son estructuras banales.
Cuando el hombre se come al hombre
un desertor lúdico arremete consciente
contra los escritos de los anaqueles
en la mitad vencidos, en su otra valientes.